No sé si
será por estar inmersa de lleno en la maternidad que a menudo me da por
imaginarme las cosas desde la perspectiva de mis pequeñajos. Y resulta un
ejercicio bien divertido, por no decir las lecciones que me dan sin yo
pedírselas.
El otro día la
pequeña se puso de pie por primera vez. Imaginad el esfuerzo que tuvo que
hacer: tomar impulso, agarrarse bien a los barrotes de la cuna y aguantar el
equilibrio. Jamás olvidaré su cara de sorpresa y de infinita felicidad. Ni qué
decir que se pasó dos días poniéndose de pie cual muelle cada vez que la
recostábamos.
Mi profesión
también me enfrenta continuamente a nuevos retos. Al igual que muchas otras, en
los últimos años ha sufrido un vuelco tecnológico y a veces me pregunto cómo me
lo montaba justo cuando empecé, sin programas ni aplicaciones de ningún tipo, con
diccionarios en papel y al tran tran. ¡La mitad del tiempo se me iba pasando
las hojas hasta encontrar la palabra!
Las nuevas
herramientas son cómodas, prácticas y nos facilitan la vida. Su aprendizaje nos
supone un esfuerzo inicial, pequeño o grande, pero lo hacemos convencidos de
que vamos a obtener una mejora a cambio ¿O creéis que un niño aprendería a
ponerse de pie y a andar si la recompensa no mereciera la pena? De pronto alcanza
las cosas y se mueve con independencia. ¡Todo un lujo!
Además de
por necesidad, seguramente los seres humanos también aprendemos por curiosidad,
pero no nos gusta esforzarnos porqué sí. La nueva conquista debe estar a la
altura. Seamos curiosos y dominemos la tecnología para luego disfrutar de
nuestras nuevas habilidades como un niño con zapatos nuevos. Pero seamos
selectivos también.
Porque, ¿os ha ocurrido invertir tiempo en algo que luego no os sirvió? ¿Habéis hecho alguna inversión en algo que al final resultó complicaros la vida?
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